Evaluaciones de gestión: ¿Cómo nos fue este año?

En las organizaciones, la evaluación de gestión es un elemento central que se realiza periódicamente para monitorear el trabajo, los procesos y la producción y determinar si se va por buen camino para alcanzar las metas. Cuando llega fin de año, esta evaluación es muy importante, pues, comparado con periodos anteriores permite dar cuenta de si hubo o no crecimiento o mejoras de distintas índoles en la gestión.

Asimismo, al finalizar el año, en el mundo personal tendemos a hacer algo bastante similar. Realizamos una evaluación de cómo estuvo el año, no sólo en términos de trabajo, sino en lo que es más importante: las relaciones interpersonales. Muchos de quienes leen esto, pueden haber encontrado el amor de pareja, o mejorado también su relación; otros pueden haber fortalecido los vínculos con sus hijos o quizás hecho nuevas amistades. En el otro extremo, pueden haber ocurrido quiebres en los distintos tipos de relaciones, que de seguro, se acompañaron (o se acompañan) de mucho dolor y tristeza.

Si te detienes un momento a pensar… ¿cómo fue tu año? Si pudieras hacer un análisis comparativo con el año anterior, ¿qué aspectos mejoraron? ¿Qué aspectos necesitan mejoras? Y de los eventos más negativos, ¿qué pudimos aprender?

El fin de año es un momento especial para este tipo de reflexiones. El espíritu de la Navidad, propicia justamente estos espacios. Lo que es mejor aún, nos permite conectar con elementos más positivos de nuestra vida y rescatar aquellos elementos que nos nutren junto con mirar con más esperanza los elementos que aún requieren de mejoras.

Te invito a darte ese espacio de evaluación y aprendizaje. Que el fin de año, no se transforme sólo en un correr en la locura de las fiestas, sino que sea un tiempo de evaluación, auto observación y de un compartir con otros de manera genuina y poderosa.

Que tengan todos y todas unas felices fiestas donde los vínculos amorosos con quienes nos rodean sean el verdadero espíritu de este tiempo.

Publicado el 30 de noviembre de 2015 en http://www.cetep.cl/web/?p=8973

Optimismo: ¿ingenuidad o inteligencia?

Actualmente, nuestra sociedad tiende a mirar con cierto desdén a quienes se mueven por la vida con una mirada optimista: “son ingenuos”, “livianitos de sangre”, “poco confiables”, “nadie puede estar tan tranquilo siempre”, son frases que se escuchan al referirse a este grupo de personas.

Pero el optimismo no es un rasgo de personalidad que dé cuenta de ingenuidad, sino que un rasgo de personalidad en la que la persona se dispone a interpretar los elementos externos (es decir lo que ocurre a nuestro alrededor) de la mano de los elementos internos (o competencias personales). Es decir, una persona positiva, evalúa las circunstancias en equilibrio con sus competencias, sobre las cuales tenemos control y dependen sólo de la persona y no de factores externos. Así, por ejemplo, un ascenso en el trabajo, no es sólo cosa de suerte sino que reconoce en si mismo las habilidades necesarias para alcanzar con éxito esa meta. Las personas optimistas son más exitosas que las pesimistas. Esto, porque se posicionan en el mundo creyendo que el futuro será favorable, lo que le permite tener un ánimo adecuado y la perseverancia suficiente para enfrentar las dificultades con habilidad y soluciones cuando los problemas se presentan.

Los optimistas suelen tener buen humor, lo que les permite gozar de una mejor salud que un pesimista. Este humor y disposición positiva, les permite siempre salir más fortalecidos que derrotados de las situaciones traumáticas o estresantes. Esto, debido a que la estrategia que utilizan es más eficiente que la de los pesimistas. El optimista, rápidamente busca respuestas orientadas a resolver el problema, mientras que los pesimistas, tienden a quedarse en la emoción negativa, lo que hace que el pensamiento se nuble y las soluciones no aparezcan. Además, los eventos negativos son significados como momentáneos y puntuales y no permiten que la emoción negativa tiña todos los aspectos de su vida.

De este modo, el optimismo no es una característica de un ingenuo sino de un estratega innato que tiene mayor capacidad para adaptarse al medio y sus dificultades. No se deja llevar por ideas sin más, sino que evalúa todas las posibilidades antes de tomar una decisión, pero siempre con la confianza de que “todo estará lo mejor que pueda estar”.

La cuestión es, ¿cómo ser optimistas si no lo somos? O ¿cómo podemos fortalecer nuestra actitud optimista?

Como ya hemos dichos en otra oportunidad, la Psicología Positiva ha demostrado que la felicidad depende en un 50% de la genética, un 10% de las circunstancias y un 40% de la disposición personal. ¿Qué haremos entonces? Pues, entrenarnos.

Algunos pasos para lograr esta disposición optimista son:

  • Al analizar un tema, busca los aspectos positivos de éste. No sólo lo que está causando el problema. Seguro encontrarás más soluciones. No suele funcionar igual a la inversa
  • El optimista no está sólo en el mundo. Siempre se rodea de otros. Por ello es importante reconocer las fortalezas y capacidades de los demás, junto con el esfuerzo, el interés y la dedicación. Además, esto permitirá que puedas pedir ayuda más fácilmente cuando lo requieras.
  • Por muy seguro que seas de ti mismo, evalúa de todas maneras todo lo que puedas antes de tomar una decisión. No lo hagas a la ligera. Siempre hay que evaluar los peligros o riesgos de una decisión. No basta con tener ganas y buena fe.

Como plantea David Fischman, “es bueno ser optimista, positivo, pero es importante que nuestras metas estén ancladas a la realidad”.

Ahora bien, para lograr entrenar el optimismo, primero tenemos que aprender a reconocer las cosas positivas que nos ocurren cada día. Esto permitirá que nuestra mente esté más abierta a las posibilidades y nuestros ojos, a mirar más allá de los problemas. Un ejercicio simple pero que requiere de desarrollar un hábito, es crear una “bitácora diaria de lo positivo”, donde vayamos registrando todas las cosas positivas que nos ocurren día a día. Si no estás acostumbrado a ello, puede ser difícil el comienzo, ¡pero un optimista siempre es perseverante! Verás como el ojo se va afinando y aprendiendo a reconocer elementos positivos cada vez con más facilidad y detalle.

Hacer el ejercicio consciente de reconocer lo positivo cambia nuestro estado de ánimo y favorece una actitud optimista frente a la vida. Si hicieras un listado de lo bueno y lo malo que nos ocurre cada día, te darás cuenta que son más cosas positivas que negativas. Sin embargo, estamos entrenados o “programados” para identificar los elementos negativos “que nos ponen en riesgo”. La cuestión es darse cuenta de que el mundo no es tan peligroso como parece y que agradecer los regalos que recibimos cada día nos permiten mayor disfrute y goce de la vida, favorece nuestras relaciones y afecta positivamente en nuestra salud física y mental.

¡A entrenarte entonces!

Saborear la vida

Comienza Septiembre y es inevitable empezar a pensar en las delicias que acompañan nuestras Fiestas Patrias. Se hace agua la boca pensando en los asaditos, choripanes, empanadas, chancho en piedra, encebollados, terremotos, mote con huesillos, dulces chilenos…ufff, un largo etcétera de maravillas culinarias.

Saboreamos cada bocado, en largos encuentros familiares y/o de amigos. Pero ¿qué nos queda de esto, aparte de unos kilos extras?

Cuando pensamos en felicidad o en nuestro bienestar, un ejercicio sencillo pero muy eficaz es “saborear la vida”; es decir, detenerse y apreciar el momento de manera consciente; observar nuestro entorno, lo que está ocurriendo, a nosotros mismos, nuestras emociones, sensaciones, pensamiento en un momento determinado.

De alguna forma es tener “un momento kodak” que podamos atesorar en nuestra memoria y nutrirnos de ella cuando así queramos.

La celebración de las Fiestas Patrias es un excelente momento para guardar y atesorar muchos de estos registros. Prestemos entonces atención a estos encuentros. Que nuestro foco no sea hablar con whatsapp con quienes no están mientras nos perdemos a los que sí lo están; o subiendo fotos de nuestra comida sin siquiera antes haberla probado. Déjalo para más tarde. El mundo virtual seguirá ahí, pero la vida real pasa.

Estemos presentes y atentos a la experiencia. Cada vez que hablemos de ella o la recordemos, podremos volver a saborearla, siendo así un nutriente permanente para el alma.

Saborea… saborea todo… cada día, en cada momento, en cada tarea (incluso en aquellas que no te gustan, así podremos ver como siempre se puede rescatar lo positivo, como el hecho de lograr lo propuesto), saborea el encuentro, las oportunidades. Prueba “nuevos sabores”.

Vive consciente, vive presente, saborea la vida.

Publicado en http://www.cetep.cl/web/?p=8562 el 28/08/2015